sábado, 2 de julio de 2011

¿Somos felices como esposas?

Hola Amigas,

Hoy vamos a tratar un tema muy evidenciado y discutido en la actual sociedad, donde algunas mujeres se sienten orgullosas de ser “Las esposas” y otras mujeres se muestran inconformes con sólo pensar que están usurpando un lugar que por derecho civil no les corresponde legalmente, pero que definitivamente ni una ni otra tendrían razón en determinadas circunstancias para enorgullecerse ni molestarse, según como vamos a enfocar nuestro artículo de hoy.
¿Qué mujer en el mundo no ha soñado alguna vez
con salir de su casa vestida de blanco, ciñendo su frente con una hermosa corona de azares, bañados con vaporosa cauda de velo de tul ilusión, llegar a la iglesia que la espera cubierta de flores, las campañas anunciando a todo tañir su entrada triunfal al templo, sintonizado todo con música de violines, tocando la marcha nupcial de mendelson para convertirse en esposa del hombre de su vida, mediante un: “si acepto, ser tu esposa hasta que la muerte nos separe”?
Declarados “Marido y Mujer”, ya no hay marcha atrás, una promesa divina ante un altar no es un juego caprichoso ni experimental que se puede romper al primer estirón elástico de la vida, ya que jurar seriamente ese “SI ACEPTO”, significa darse, donarse al otro voluntariamente para el resto de sus días, estar con él, en lo próspero y en lo adverso, estar junto a aquel hombre elegido para ser el compañero, el resto de la vida.
El matrimonio por lo tanto es un Sacramento que debe ser respetado por ambos esposos, un símbolo de amor, para ser compartido en las buenas y en las malas toda la vida. Pero cuando a uno de los dos se le olvida de cumplir su promesa, el juramento se vuelve mentira, falsedad, un juego que puede acarrear sus consecuencias divinas.
¿Que ya no soporta al marido borracho, holgazán, irresponsable, poco cariñoso? ¿Que ya la sopa se enfría esperando por él frente a la mesa todos los días de la semana? ¿Que ya se le acumuló la carga del hogar y el marido no aparece y cuando aparece llegó cansado, sin dinero y de mal humor?
Se nos hace fácil amigas buscar refugio en otros brazos. Nada más sencillo de solucionar que regresarle una sonrisa seductora al vecino que nos guiñó un ojo, al compañero de trabajo que nos invitó a comer, al hombre ameno que conocimos en la fiesta o al hombre guapo, que al pasar por la calle nos cedió el paso, incluso sin ir más lejos, también a aquel hombre del computador que nos tiró un piropo.
Nos echamos un clavado ahí mismo a la suerte y ahí vamos a contarle enseguida toditos nuestros sufrimientos: “mi vida es un infierno, no me quiere, no me respeta, no me habla, no me mantiene, no se preocupa por mí, ya no le importa, ya no me ayuda con los hijos, ya no viene a dormir, aquello se acabó, soy una desdichada, una esclava, una cenicienta, una sirvienta gratis y francamente ya no lo amo…y ya no puedo más”
Obvio aquel hombre entusiasmado, escucha o lee con atención todo aquello que le brinda la mejor oportunidad para sacar provecho a su favor. ¿Y a quién le dan pan que arranque? Y enseguida pasamos de ser esposas, a ser aspirantes al amasiato.
Pero veamos el lado opuesto de la moneda:
¿Qué pasa cuando aquel hombre nos dice que él esta pasando por la misma situación?, que su esposa no lo comprende, no lo atiende, no lo respeta, lo maltrata, le exige, y de paso, que se ha dejado engordar, que se ha convertido en una bruja gritona, grosera, altanera y prepotente y que encima le echa la carga de los gastos y responsabilidades de la casa y de los hijos.
En fin… ahora resulta que la víctima principal del matrimonio es él, y nosotras con más razón nos tiramos de cabeza por creer lo que nos conviene y conquistarlo, nos volvemos amables, dulces, tiernas, lindas, hacendosas, y a veces hasta olvidamos el juramento ante el altar, la promesa del Sacramento y nos apuramos a gestionar un divorcio necesario rápido y al vapor.
¡¡Alto ahí… Zona Peligrosa!!
Conseguimos apurar al abogado que nos absuelva del contrato de matrimonio, volvemos a ser libres y autónomas, felices, radiantes y contentas nos arrojamos a los brazos del príncipe soñado y resulta que el príncipe soñado sigue casadito con su mujercita, a la que por supuesto, no tiene ningún interés en abandonar, por los hijos, por la familia, por comodidad, por el trabajo, por la posición, por la seguridad, por el qué dirán, por el qué pasará, etc.
Resultado: Nos convertimos en amantes. Y yo me pregunto: ¿es justo todo eso para una mujer que salió de una situación difícil para meterse en otra peor?
Ahora ya no tiene que enfrentar al marido borracho, grosero y altanero, ya no tiene que soportar las largas horas de espera, caliente y caliente la sopa y asomándose decenas de veces por la ventana, ahora tiene que batallar con los reclamos y hasta amenazas de la pobre esposa que como fiera herida y con justa razón se enojó y reclamó sus derechos de legítima esposa, aquella pobre mujer que el marido vistió de bruja gritona, cuando la pobre mujer… puf; bien gracias… ¡¡Ni enterada!!
Amigas querida, echemos una hojeadita al seno de nuestro hogar, veamos qué ingredientes nos faltan o nos sobran, para evitar que tengamos que atravesar, éste tipo de situaciones de la que nadie está exenta.


Por una mujer con dignidad!


Sofi...

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